El cigarrillo de marihuana se prepara con hojas jóvenes y flores (cogollos) secas y desmenuzadas de cannabis sativa, planta que se conoce desde hace varios siglos por sus propiedades psicoactivas y medicinales. Para su consumo, además del cigarrillo, también se usan pipas comunes o pipas de agua (cachimbas). En la jerga de los consumidores el cigarrillo de marihuana recibe diversos nombres: mota, canuto, caño, carrujo, churro, pasta, hierba, huato, juanita, malayerba, marijane, pasto, pito, porro, pot, toque, entre otros.
Con la inhalación el humo llega a los pulmones, donde sus componentes se absorben de manera rápida, pasan a la sangre y se distribuyen en todo el organismo, incluido el sistema nervioso central, desde donde producen alteraciones en el pensamiento y la conducta, cambios generalmente atribuidos al delta-9-tetrahidrocannabinol (delta-9), que es su principio psicoactivo más abundante y poderoso. Los efectos de la marihuana y la magnitud de los mismos tienen relación con la variedad de cannabis que se use, con la dosis que se consuma, con la forma en como se administre, así como con la experiencia previa del usuario, sus expectativas y el ambiente que lo rodea.
La razón principal por la que se fuma marihuana es el deseo de experimentar sus efectos euforizantes, lo cual se puede lograr con dosis relativamente bajas (2.5-5.0 mg de delta-9). Además de una sensación de bienestar extremo (euforia), de placer y de relajación, los usuarios comparten desinhibidamente sus pensamientos y experiencias. Esta sensación de bienestar puede estar acompañada (nuevamente dependiendo de la dosis y variedad de la cannabis) de cierta distorsión en las percepciones, de tal manera que los colores parecen más brillantes, la música más vívida y las emociones más intensas. Asimismo, aumenta el placer en experiencias ordinarias tales como comer, escuchar música, disfrutar una película, conversar, etcétera. Estos efectos se inician en cuestión de minutos, alcanzan su máximo nivel en un periodo de 15-30 minutos y se mantienen, según la dosis, por aproximadamente dos horas. Los usuarios de marihuana buscan este tipo de percepciones, por lo que no sorprende que refieran que sólo la consumen para sentirse bien, o por el placer de hacerlo. Con dosis más altas aumenta la distorsión en la percepción espacial y temporal.
Bajo la influencia de la marihuana hay un déficit de los procesos mentales y psicomotores; estos efectos comparten ciertas características con los observados cuando se consume alcohol o se toman ansiolíticos, del tipo de las benzodiazepinas. Se afectan de manera negativa: los estados de alerta, el juicio, el aprendizaje, la memoria, la capacidad de abstracción y de concentración; a la vez, aumenta el tiempo de respuesta a estímulos y se reduce la coordinación muscular. Por ello, al igual que con el alcohol y los ansiolíticos, los usuarios de marihuana tienen un mayor riesgo de accidentes (sobre todo vehiculares). Los usuarios crónicos tienden a funcionar en un nivel cognitivo inferior, y ello explica por qué obtienen calificaciones escolares más bajas y tienen mayor riesgo de abandonar los estudios que aquellos que no consumen la hierba. Entre los efectos negativos por intoxicación aguda también pueden presentarse cuadros de ansiedad, alucinaciones, ataques de pánico y, a nivel sistémico, un aumento de la frecuencia cardíaca y en la presión arterial.1 En algunas personas, en especial los principiantes, la inhalación de marihuana causa reacciones desagradables, lo cual puede explicar el alto número de personas que refieren en las encuestas que sólo la han probado “alguna vez en la vida”.
El consumo persistente de marihuana está asociado al desarrollo de dos fenómenos conocidos: la tolerancia, que los obliga a aumentar periódicamente la dosis; y la dependencia, tanto psíquica como física. La mayoría de las personas prueba drogas por curiosidad con el fin de experimentar, de saber de qué se trata; esto a menudo ocurre durante la adolescencia o al inicio de la edad adulta. Para muchos de ellos la experiencia es única o esporádica, con fines recreativos y por un tiempo limitado. Así ocurre en la mayoría de los usuarios. Sin embargo, en otros casos, para el aproximadamente 10% el consumo ocasional se convierte en frecuente y las personas se hacen dependientes a sus efectos psicoestimulantes. Se vuelven adictos. Al igual que con otras adicciones, los dependientes a la marihuana se caracterizan por búsqueda compulsiva de la droga, pérdida del control e insistencia por usarla (dependencia psíquica), a pesar de que conocen bien los problemas asociados con su consumo. La dependencia física, que cuando se desarrolla es siempre de forma paulatina, ocurre en función de la dosis y el tiempo que se usan. Un criterio para sospechar que hay dependencia fisiológica sería cuando después de la suspensión del uso crónico de la droga se presentan síntomas evidentes de abstinencia, síntomas que se controlan al reiniciarse su consumo, o al tomar una droga similar con la cual comparta propiedades, lo que se denomina “tolerancia cruzada”.
El uso de marihuana en adolescentes, a dosis altas y por tiempo prolongado, ocasiona daños en las funciones intelectuales que no deben ser subestimados. Cuando el sistema nervioso aún está en proceso de maduración, los riesgos de generar deficiencias persistentes son mayores.2
Por lo antes expuesto se debe asumir que la marihuana es una droga. No es inocua. Está clasificada en el nivel I, lo que significa que tiene un potencial de abuso, y que aun cuando su uso con fines médicos no está universalmente aceptado (porque la información disponible sobre su eficacia y seguridad no es suficiente), no hay duda que ha despertado un interés creciente en la comunidad científica por su aparente potencial para tratar diversas enfermedades.
En efecto, el interés por las propiedades potencialmente terapéuticas de la marihuana se reactivó a principios de los años noventa del siglo pasado, cuando se confirmó la existencia de sitios específicos en la membrana de las células nerviosas, que son capaces de unirse a los componentes activos de la droga y que son conocidos como receptores. Este hallazgo fundamental fue seguido por la identificación de sustancias parecidas a la cannabis (conocidas como cannabinoides) pero que son producidas por el cerebro de manera natural. Se trata, pues, de ligandos endógenos, los cuales se unen a esos sitios específicos en la membrana celular; es decir, se unen a los mismos receptores que se activan con los metabolitos de la droga.
Ahora sabemos que todos los mamíferos, incluido el hombre, tienen un sistema que fabrica, libera y destruye sus propios cannabinoides. Éstos se definen como endógenos, para distinguirlos de los que produce la cannabis que, en todo caso, son exógenos. También se sabe que en el organismo este sistema (el sistema cannabinoide) tiene tareas regulatorias importantes tales como el aprendizaje, la memoria, el dolor, el ciclo sueño-vigilia, etcétera, y además participa activamente en el desarrollo y maduración del sistema nervioso central, de tal suerte que la marihuana produce sus efectos porque activa o inhibe procesos fisiológicos normales, al igual que lo hacen otros fármacos que se usan regularmente en la clínica.
Lo anterior explica el interés que despertó el conocimiento de las potenciales propiedades medicinales de la cannabis sativa. Tanto así que un buen número de estudios clínicos rigurosos, apoyados en el método científico, sugieren que la cannabis puede tener propiedades terapéuticas.
Según el conocimiento popular, la marihuana es “buena” para tratar síntomas diversos: dolor, ansiedad, vómito, convulsiones, falta de apetito, insomnio, obesidad y dificultad para respirar, entre otros. Por su parte, los estudios clínicos científicamente controlados muestran que los productos de la cannabis pueden tener un efecto benéfico en: 1) pacientes con dolor crónico que no responden a tratamientos convencionales (como neuropatía diabética, artritis reumatoide, etcétera); 2) pacientes con náusea y vómito causados por la quimioterapia y que no responden a tratamientos convencionales; 3) pacientes con esclerosis múltiple, en quienes se ha visto mejoría en la espasticidad y reducción en el dolor; 4) pacientes con ciertos trastornos de movimiento (como el síndrome de Tourette); y 5) pacientes con enfermedades terminales, en cuyos casos “alivia” el dolor y “disminuye” el sufrimiento. En medicina la expresión “enfermedad terminal” implica que ésta no puede ser curada y que, por lo tanto, se espera la muerte del paciente en un lapso relativamente corto (pueden ser semanas o meses).
Con rigor metodológico, los autores de tales estudios han concluido que la marihuana se comporta como un medicamento relativamente eficaz, pero que hacen falta más investigaciones para establecer su seguridad a largo plazo. Además, están en fase avanzada otras investigaciones que sugieren la potencial utilización de la cannabis en el tratamiento del glaucoma, la epilepsia y la diabetes mellitus.5 También se investiga su posible eficacia en el tratamiento del hipo intratable y la enfermedad de Alzheimer, entre otras. Todo esto no debiera sorprender, puesto que se ha demostrado que hay receptores de cannabinoides en prácticamente todo el organismo. Su activación o inhibición puede tener múltiples efectos. Seguramente en los próximos años se definarán con precisión sus verdaderos alcances dentro de la terapéutica. Hay que seguir investigando.
En la interpretación de los estudios que se han publicado debe tomarse en cuenta que la composición química de la cannabis sativa es muy compleja, ya que contiene más de 460 metabolitos, entre ellos 60 cannabinoides, de los cuales el delta-9 es el más abundante. Algunos productos químicos de la planta también tienen efectos semejantes al delta-9, mientras que otros poseen efectos distintos e incluso antagónicos; en tanto que otros más carecen de efectos psicoactivos, pero tienen propiedades de naturaleza distinta. Por lo tanto, es un error atribuirle sólo al delta-9 todos los efectos de marihuana.
Un aspecto relevante, que vale la pena señalar, es que los componentes de la cannabis se absorben bien por diversas vías (oral, mucosas, piel), y que las formulaciones farmacéuticas ya disponibles en otros países incluyen tanto cápsulas como gotas, colirios y pomadas, lo cual facilita su uso con fines clínicos a dosis precisas.
Por todo lo anterior y frente a la evidencia disponible, puede concluirse que la marihuana, o mejor dicho la cannabis sativa, reúne en principio los criterios farmacológicos de un medicamento. Si los resultados de los estudios clínicos científicamente controlados continúan en la misma dirección, la marihuana (será más apropiado decir la cannabis) pasará del nivel I al nivel II, lo cual tiene dos significados: por un lado, que se trata de un producto cuyo potencial de abuso es real; pero, por el otro, que también tiene usos médicos formalmente aceptados y puede estar en el mismo nivel de otros medicamentos como la morfina, la metadona, el fentanil, etcétera. Desde nuestra perspectiva es probable que esto ocurra en un futuro no muy lejano.
Juan Ramón de la Fuente es profesor de Psiquiatría y Rodolfo Rodríguez Carranza de Farmacología, en la Facultad de Medicina (UNAM). Juntos publicaron en 1996 La educación médica y la salud en Méhttp://www.lamarihuana.com/gente/opinion/marihuana-droga-o-medicamento/xico.
Fuente: La Marihuana