Todos los árboles de Barcelona tuvieron mi 'sello', porque cuando empecé con la quimioterapia para tratar mi cáncer de mama iba 'con la arcada puesta'. Me daban Primperán, pero a mi no me hacía efecto.
A la tercera sesión pensé que no lo resistiría más y un amigo psiquiatra me habló de la posibilidad de usar marihuana para calmar este continuo malestar. Me quedé espantada. ¡Yo ni siquiera era fumadora! Pero realmente no tenía nada que perder.
Al principio, les pedía a algunos amigos que fumasen a mi lado para poder inhalar el humo y el alivio era inmediato. Lo que ocurre es que al aspirar, el efecto es rápido, pero muy efímero. Poco a poco aprendí a hacerme mis 'recetas' para ingerir los cannabinoides de forma que pudiera encontrarme libre de vómitos durante unas horas.
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Soy portador del virus del sida desde los 18 años y desde hace cinco, en ocasiones, fumo marihuana para evitar las ganas de vomitar tremendas que tengo cuando me levanto. En estos 20 años he cambiado varias veces de fármaco antirretroviral, pero en los últimos tiempos tengo problemas digestivos.
Cada día me tomo 16 pastillas, ocho por la mañana y ocho por la noche: 10 grandes de nelfinavir que son muy difíciles de tragar; dos de epivir; dos de fortasec, para tratar las diarreas que me provoca el nelfinavir y alguna que otra más por un problema de tiroides. Así controlo la enfermedad, pero me provoca efectos secundarios, sobre todo a nivel digestivo. Sufro náuseas por la mañana y me mejoran dando unas caladas a un porro.
Hace cinco años me diagnosticaron un cáncer de mama, posteriormente una metástasis y todavía sigo en tratamiento con quimioterapia en el oncológico de Donosti [Instituto Oncológico de Guipúzcoa]. No llego a vomitar, pero los fármacos me provocan náuseas. Así que me fumo un porro después de comer y estoy dos o tres horas bien. O uso un vaporizador y así evito meter tabaco y alquitrán... A mí la cocina no me va...
Además de con las náuseas, me ayuda a dormir. Antes tomaba Orfidal [un sedante] y ahora no me hace falta. Y también abre el apetito, algo muy importante, porque en esta enfermedad hay que mantener el peso.
No recuerdo bien la fecha. Fue el 25 o el 28 de diciembre de 2002. Ese día me diagnosticaron esclerosis múltiple. Desde entonces mi vida ha dado un giro de 180 grados. Si te digo la verdad, he perdido la cuenta de los brotes que he tenido este último año. Uno me dejó sin habla, otro sin vista, otro me afectó a los brazos. Del último me quedó una hemiplejia de la pierna y brazo derechos. Ahora tengo la incapacidad. Era electricista, pero tuve que dejar de trabajar, de conducir...
La espasticidad [espasmos que dificultan la movilidad] es continua. No me visto bien por la rigidez. Mis brazos son como tablas. He tomado todo tipo de fármacos, ahora me dan ciclofosfamida [un inmunosupresor].
Antes de empezar a consumir marihuana pesaba 38 kilos. Sufro con frecuencia ataques de migraña y epilépticos y cuando los tengo huelo un olor químico. Debido a este olor no puedo contener nada de lo que como o bebo, muchas veces ni siquiera el agua. Cuando enfermé tanto, cambió mi vida por completo. A veces es tan grave que no soy capaz de contener las lágrimas, porque siento tanto dolor y tengo tanta hambre, que no puedo comer nada. Mi marido, John, estaba cansado de ver como me mandaban de médico en médico sin que cambiara nada. Estaba tan enferma que parecía una muerta. Y también me sentía como tal.
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